Ser aficionado al mundo del videojuego y vivir de pleno un año tan pletórico como este 2017 ha sido… ¿cómo decirlo? Quizás la mejor manera sería algo tan manido como resumir lo que ha sido en forma de los lanzamientos que más me han calado, que no han sido pocos. Esto es algo especialmente reseñable si tenemos en cuenta que, a día de hoy, existen bastantes entornos empeñados en echar tierra sobre una generación que mes a mes da golpes sobre la mesa a base de buen hacer. Misteriosamente, parece que es más interesante alabar una y otra vez las bondades de What Remains of Edith Finch (obra merecedora de todo tipo de elogios, todo hay que decirlo) que reconocer lo grande que puede llegar a ser, por poner un ejemplo bastante perjudicado por estos círculos vinagreras, un Assassin’s Creed Origins. Efectivamente, como si de alguna manera fuera preciso el que los dos títulos no pudieran ser referenciados al mismo nivel. De locos.

Más sangrante aún es el hecho de que ciertos nombres, pese a su tremebunda calidad, han sido ninguneados ya no solo en estas listas que suelen aparecer a finales de año, sino que también se han mantenido en un discreto segundo plano en su momento de actualidad. Quiero recalcar ese extraño hábito de señalar con dedo acusador cualquier cosa que salga de casas como Ubisoft o Electronic Arts, donde más allá de la mala crítica, la sorna con mala leche fluye tramitando un más que insultante “humor” sobre el trabajo de meses y meses; con un factor humano cuya dedicación se ve convertida, ya no por el público, sino por supuestos profesionales, en una mofa ciertamente vergonzosa. No obstante, al final es el tiempo el que pone a cada uno en su lugar, ya sean personas u obras.

A este último respecto, creo que es de justicia señalar la importancia del concepto videojuego en sí. Pienso que el matiz fundamental que debería definir la virtud de su esencia es el hecho de que lo hayas disfrutado, de que el precepto “jugabilidad” cobre su peso traduciéndose en que te lo hayas pasado bien. Ni más ni menos. Y aquí hay que englobar las distintas maneras con las que un videojuego puede hacértelo pasar bien, ya sea por su factor lúdico pad en mano o por haberte conquistado como vehículo para contar historias. Lo obtuso y absolutamente rancio es radicalizar los baluartes de este sector segregando según mecánicas (en las que el espíritu arcade parece condenarse más que nunca) o, peor aún, a la supuesta humildad de su concepción. Y cuando digo supuesta humildad, me refiero por supuesto a la etiqueta “indie”, que más allá de recalar en lo que ha sido un desarrollo alejado de los grandes presupuestos, continúa aferrándose al rancio pensamiento de estar más cerca del arte que un juego firmado por una gran empresa.

Uno de los casos que me chirrían es el hecho de que, a pesar de que en este 2017 han aparecido varios casos de juegos arcade ciertamente brillantes, rara vez llegan al punto de ser mencionados con honor. Quizás la excepción española sea Super Hydorah, un mito moderno del género reconvertido en lo que podría definirse la versión definitiva, ya por fin asaltando las stores de las consolas. La calidad de Super Hydorah es indiscutible, si bien es cierto que la popularidad indie de Locomalito y Gryzor87 ha servido para que tan venerable género esté en boca de propios y extraños. No ha sido así para Beekyr Reloaded, otro “matamarcianos” ─esta vez protagonizado por insectos─ firmado por Jaime Domínguez (KaleidoGames). Y es un shmup excelente, impecable en todos los sentidos… pero mira por dónde, la verdadera naturaleza indie (y decimos verdadera con todas las de la ley) hace que por su clásica condición no sea apto como para que los intelectuales del periodismo videojueguil tengan el mísero detalle de curiosear sobre este título. Algo muy similar le pasa al divertidísimo Caveman Warriors, otro producto patrio de características arcade (cambiando el shmup por la acción más plataformera) que rezuma buen hacer por los cuatro costados. Por el contrario, la otra cara la tenemos en el salvaje Nex Machina, el brutal shooter de HouseMarque que me tiene loco. Sus absurdos niveles de calidad ─y digo absurdo en un sentido extralimitadamente positivo─ no han servido para que sus desarrolladores dejaran de tomar la difícil decisión de dejar de producir juegos de temática arcade. Las buenas críticas de los especialistas no se han traducido en firmes beneficios, y a ello en parte ha contribuido un periodismo especializado que, claro está, se ha mantenido al margen del género.

Luego está Ubisoft firmando algunos de los mejores lanzamientos de estos últimos doce meses (y el que diga lo contrario que me lo razone). Obras que apuestan por unos valores de producción desmesurados sin dejar de creer en que, más allá de toda una parafernalia audiovisual, lo importante de un buen videojuego es que cale hondo en términos de diversión. Así lo han demostrado tanto Assassin’s Creed Origins como Ghost Recon: Wildlands, dos de las más grandes aportaciones con el mundo abierto como verdadero protagonista. Es interesante hacer notar que el último Assassin’s Creed ha tenido que luchar contra viento y marea para que su grandeza se sobreponga ante los estúpidos prejuicios, siempre señalando a una franquicia que, todo hay que decirlo, nunca se ha presentado con iteraciones mediocres. Ha costado lo suyo. Por otra parte, Ghost Recon: Wildlands es una formidable puesta al día de una franquicia que en verdad se prodiga bien poco, y cuyo resultado, ya sea en solitario o en el factor multijugador, es tremendo. En serio, todo lo que os diga es poco, este juego es alucinante en su propuesta y magnitud… y se hace rarísimo que se pase por alto su mención a la hora de recordar las grandes producciones del 2017.

La otra gran damnificada a la hora de criminalizar emporios es Electronic Arts. Este “eje del mal” de los videojuegos ha publicado alguna que otra cosa fallida, y se ha visto metida en feos berenjenales con el asunto de las famosas loot boxes. Y es cierto que esto último (que desde luego no es algo nuevo) es bastante peligroso; primero, por el mal que supone como vicio con dinero de por medio, y segundo, porque las empresas pueden ver aquí un filón que explotar y que sin duda es susceptible de mermar los contenidos de los videojuegos. El caso de Star Wars Battlefront 2 es ejemplar, y las redes sociales se han encargado de que Electronic Arts se retracte hasta cierto punto y replantee las políticas del juego. Pero si el ojo público señala a Battlefront 2, extrañamente pasa por alto la misma metodología aplicada a títulos como Need for Speed Payback (¿alguien lo ha jugado?) o FIFA 18. Y ojo, que más allá del factor loot box, hay que decir que estamos ante verdaderos juegazos. Star Wars Battlefront 2 es, le pese a quien le pese, increíble, y la última iteración de FIFA ─que tiene tras de sí un Pro Evolution Soccer más en forma que nunca─ me tiene enganchadísimo a sus modos online (y sin gastar un euro de más). Al fin y al cabo, son productos sobresalientes que siguen funcionando sin tener que invertir en las famosas cajas, del mismo modo que ocurre con otros notables títulos señalados por esta particular circunstancia, a la usanza de Sombras de Guerra o el increíble Destiny 2.

En otro orden de cosas, no se puede negar el impacto que ha tenido la exigua pero ruidosa cartera de lanzamientos de Nintendo Switch, haciendo de por sí mucho más de lo que se espera de una Xbox One X que, pese a sus titánicas capacidades, por el momento no es capaz de lanzar órdagos jugables ─siempre hablando de catálogo, por supuesto─ más allá de las anheladas 4K y de ver correr The Witcher 3 a 60 imágenes por segundo (creedme si os digo que esto es lo que más me tienta de la consola de Microsoft). Sin embargo, el nuevo híbrido portátil-sobremesa de la compañía japonesa es capaz de atraer al público ya no solo gracias a la marca en sí, sino a un par de videojuegos que se elevan con suma holgura por encima de la media. Estamos hablando, por supuesto, de The Legend of Zelda: Breath of the Wild y Super Mario Oddysey, auténticas maravillas a los que no se le puede poner ni una sola pega y que tienen todos los méritos para estar entre lo mejor de lo mejor del 2017. El problema, y es algo que está absolutamente fuera de los juegos en sí (a pesar de que se les perdonen cosas que en otros casos irían a cuchillo), es la extraña patente de corso adquirida por parte de cierto sector de la prensa especializada a la hora de atacar ─o en el mejor de los casos ningunear─ a los desarrollos de terceras compañías con la excusa de hilar una inentendible narrativa en torno a las obras de Nintendo. Es ahí cuando maravillas del talante de Horizon Zero Dawn o el ya mentado Assassin’s Creed Origins son capaces de quedarse casi relegadas a la mediocridad por unos mentideros cuyas praxis anulan de pleno su credibilidad.

Ojalá este año acabe con este tipo de bobadas. Ya no solo por las plumillas deseosas de ser más importantes que los videojuegos de los que hablan, sino también por la enfermiza basura clickbait que se ve día sí y día también en diversos canales de Youtube. Si os digo la verdad, me importa bien poco el que exista un público capaz de asumir como verdades absolutas lo que suelten infraseres incapaces de decir algo que no sea una falacia. Sin embargo, lo que me parece lamentable de verdad es el que se insulte el trabajo de meses y meses de muchísimos hombres y mujeres del sector, que ya no solo ven como un estúpido se atreve a lanzar mierda sobre esta dedicación, sino que también ─y de esto tiene la culpa ese público obscenamente idiota─ se puede llegar al punto de ver peligrar puestos de trabajo. Así es como esta mofa indiscriminada tiene el fatídico descaro de insultar a una Ubisoft incluso cuando regala títulos como Assassin’s Creed: Black Flag o Wath Dogs en Uplay, o generar una corriente de cachondeo en torno a un inicialmente torpe Mass Effect Andromeda que, en verdad, es un ejemplar muchísimo más que aceptable.

Para terminar, señalar que me lo he pasado muy, muy, muy bien con Resident Evil 7 (jugarlo con las PlayStation VR no tiene nombre), con el brutal Ghost Recon Wildlands, con Outlast 2… También he disfrutado muchísimo terminándome el primer The Evil Within para engancharlo con su excelentísima continuación, me he bebido ese “Legado Perdido” de Uncharted, he flipado con Cuphead, me he terminado otra vez Rise of the Tomb Raider, me he enganchado al battle royale de Fornite y, en última instancia, por fin he podido pillarle el sentido a un Bloodborne que ─más vale tarde que nunca─ se me ha revelado como la maravilla que es. No me ha hecho falta vestirme de hípster para saber diferenciar cuándo un videojuego me divierte, no ha sido necesario el que me rasgue las vestiduras preguntándome si tal o cual lanzamiento es indie o no (ah, las etiquetitas, tan importantes para el disfrute). Quizás es porque, simple y llanamente, quiero disfrutar de esto. Y como persona que escribe sobre ello, sé que en todo esto ni siquiera soy el último eslabón de la cadena, siendo consecuente de que ni soy ni quiero ser tan importante como los propios videojuegos.

1 COMENTARIO

  1. Un año así merecía un texto a la altura. Cuando te pones así de profundo me toco muy fuere. Te queremos, Spidey. ¡No te mueras nunca! ¡Vinagreras go home!

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