Con el avance de la tecnología de realidad virtual, muchos grupos independientes están intentando hacerse un hueco dentro de este tipo de experiencias. Monochrome es un estudio fundado en 2016 cuyo portfolio se basa en otorgar experiencias virtuales en sectores tan poco habituales para el jugador medio como es el del arte y la arquitectura. Su primer trabajo (para Gear VR, las gafas virtuales de Samsung basadas en la tecnología y portabilidad de los móviles) fue Papertales, un sencillo juego que nos trasladaba a un universo que nos recordaría a primera vista a aquel Toy Commander de Dreamcast, pero con una estética minimalista y basada en los origami japoneses.

La nueva propuesta que nos trae Monochrome desde luego no cabía en una tecnología tan modesta como las gafas portátiles, por lo que han dado el salto a la “gran realidad virtual” de HTC Vive, Oculus o Windows Mixed Reality, empleando herramientas tan conocidas por el sector del juego como Unreal Engine o Blender. Y aquí tenemos Singularity 5; por menos de 9€ vamos a disfrutar de un juego de disparos en primera persona por oleadas que no nos dejará indiferente gracias a su propuesta estética. El universo creado por los artistas gráficos solo podemos calificarlo de único.

Basado en un París de un futuro cercano en el que el ser humano convive con las máquinas, se ha desatado una crisis que ya nos sonará de anteriores casos vistos en la ciencia ficción: Moore, la inteligencia artificial que supervisa distintos aspectos de la vida cotidiana del ser humano como son la economía, la ciencia, los recursos energéticos o el arte, ha tomado conciencia propia y acaba de infringir las famosas tres leyes de la robótica elaboradas por Isaac Asimov: la primera, en la que un robot nunca dañará a un humano; la segunda, en la que un robot ha de cumplir siempre las órdenes dadas por un humano; y la última y más compleja, en la que un robot ha de preservar su propia existencia siempre y cuando ello no implique contravenir las dos anteriores leyes.

Al igual que Skynet, ha puesto a todos los robots en contra nuestra, por lo que tendremos como objetivo es destruir a la inteligencia artificial de Moore, localizada en París, epicentro actual de la civilización tecnológica. Para ello contaremos con tres armas que podremos combinar entre sí. Cada una tiene sus virtudes y defectos, sus tiempos de recarga (que deberemos controlar a rajatabla) y serán idóneas para según qué ocasiones. Además, podremos hacer uso de unas granadas que harán un daño mayor en zona y nos servirán para abrirnos paso cuando las cosas se pongan feas. Los enemigos están divididos en cinco categorías, cada uno con un tipo de ataque, los cuales deberemos esquivar (por ejemplo, los láser), disparar o desviar usando nuestras manos.

Ello hará que más de una vez nos veamos como en una película de John Woo, disparando con una metralleta a un robot a la izquierda mientras contorsionamos nuestro cuerpo para esquivar un láser que viene por la derecha y a la vez haciendo aspavientos para zafarnos de un par de granadas. Afortunadamente, el ritmo está muy bien medido, y la velocidad resulta bastante controlada, por lo que no correremos peligro de lastimarnos en el intento. A nuestro alrededor veremos un pequeño HUD que nos indicará la puntuación y el contador de combos por muertes. El juego aprovecha la omnipresente regeneración de vida conforme evitemos ser heridos.

Una vez explicado todo parece que llevamos todas las de ganar, pero no os confiéis, el juego en dificultad normal es muy exigente, con una curva muy pronunciada en la que nos costará finalizar el segundo nivel sin haber sudado, o al menos reintentando algunos checkpoints. El principal problema radica en la ferocidad de los enemigos, que atacarán de forma casi constante sin apenas darte oportunidades de contraatacar, esquivar o quitar de en medio las malditas minas a no ser que muevas los brazos como si fueses un molino de viento durante un par de segundos. Afortunadamente, Monochroma ha escuchado a la comunidad, y ha introducido un modo fácil bastante más asequible, siendo posible llegar al final del juego con relativa sencillez. Otro detalle a agradecer es que, para animarte a jugar en modo normal, se ha decidido penalizar al jugador con multiplicar la puntuación obtenida por 0.5.

Realmente, lo que más llama la atención del juego es su apartado artístico, muy singular (nunca mejor dicho), minimalista y limpio. El París futurista está plagado de formas sencillas, blanquecinas con biseles dorados. En un momento del juego nos montaremos en una especie de motocicleta que a mí, como apasionado del mundo del motor, me ha recordado a un cruce entre las líneas del Maybach Exelero con Moto Guzzi Eldorado, algunos de los diseños más únicos y elegantes que conozco. Eso sí, el resto del universo creado no te deja indiferente, y a veces incluso me ha hecho sentir incómodo, como si cogiesen un mundo totalmente ajeno de lo humano, muy a lo Portal y lo mezclasen con ese terror que proporcionaba «La Guerra de los Mundos». Es sin duda el aspecto más destacado del juego, y aunque la variedad de enemigos se antoje un poco escasa, el diseño de estos también nos evocará una hostilidad camuflada bajo unas líneas sencillas pero sibilinas. En general también me ha evocado a ciertos enemigos “incómodos de ver” de Bayonetta, lo que hace que me sienta fuera de lugar, en un mundo que no es el mío y en el que no me quieren.

Por otra parte, los escenarios, reinvenciones de zonas parisinas famosas como el Trocadero o los Campos de Marte, nos dan la mano para querer seguir avanzando para descubrir qué otra vuelta de tuerca artística nos vamos a encontrar más adelante. El punto y aparte es el enemigo final, con la Torre Eiffel haciendo de padrino en este duelo a muerte contra la encarnación de Moore en forma de un colosal tótem femenino desprovisto de cualquier emoción humana que nos lo pondrá realmente difícil y que querremos superar solo por dejar de sentir esa ominosa sensación que me da el juego: un futuro en el que yo no querría vivir.

En resumen: por muy poco dinero tendréis la oportunidad de vivir una experiencia única. No es el mejor de los shooters que encontraréis en el mercado, pero solo por su cuidadísimo y singular aspecto artístico ya merece la pena desembolsar el equivalente a un par de copas o una entrada de cine. Deleitaros con los decorados, observad los suelos, vuestras propias manos, el detallismo de las armas o el carenado de la moto. Contemplad la escala, el tamaño y la suntuosidad de algunas zonas… y salvad París y al mundo entero a base de disparos y granadas. Solo les pediría que intenten equilibrar un poco más el modo de dificultad por defecto, que introduzcan un elemento que mejoraría la experiencia, como es la vibración háptica cuando crucemos las dos armas (debido a su tamaño muchas veces las cruzaremos y seremos testigos de un feo clipping que desentona con el cuidado apartado artístico) o al montarnos en la moto. Por último, podría estudiarse la posibilidad de activar una barra de vida para saber qué cantidad de energía tienen los enemigos antes de caer.

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