Mientras Andy Gavin se metía a novelista y Jason Rubin terminaba de echarle el cerrojo a THQ, Naughty Dog ha demostrado de manera contundente con The Last of Us lo bien que pueden defenderse sin sus miembros fundadores, antaño piezas fundamentales de cara a la realización de clásicos modernos como Crash Bandicoot o Jak & Daxter. Es más, dicha solvencia ya ha quedado más que refutada con la saga Uncharted, donde brindara en PlayStation 3 la que posiblemente sea la trilogía más espectacular y esencial para los usuarios de esta gran consola.
Moviéndose en el pantanoso terreno que supone el desarrollar en un mundo repleto de ‘haters’ que son capaces de criminalizar el continuismo de un lanzamiento como Uncharted 3 mientras celebran con cada enésima versión de Gears of War o The Legend of Zelda, Naughty Dog decidió lanzarse a la aventura de crear una nueva IP, algo que nunca antes había hecho en las anteriores plataformas de Sony, donde parecía dedicar una franquicia por sistema. Así, teníamos a Crash Bandicoot en la primera PlayStation, a Jak & Daxter en PlayStation 2 y, hasta ahora, Uncharted en PS3. Es también aquí donde llegó The Last of Us, un título que revolucionaría el cotarro en la citada consola facturando en lo que vendría a ser el relevo generacional uno de las mejores videojuegos de todos los tiempos.
Dicha afirmación podía parecer un tanto hecha a la ligera, pero es que las sensaciones que se experimentaban tras jugarlo no eran para menos. Es más, cuesta muchísimo desconectar de The Last of Us, siendo uno de esos trabajos en los que hace falta un milagro para que logres separarte del pad. Naughty Dog es capaz de demostrar su buen hacer en este sentido a poco que miremos su catálogo pasado, pero los méritos de este lanzamiento son capaces de superar cualquier expectativa que se pudiera tener aún con tan magna desarrolladora. Y no se trata de una buena metodología lúdica o de un argumento atractivo; es la perfecta conjunción de elementos la que elevaba a The Last of Us hacia lo más alto.
Lejos de ser otro videojuego de zombis, The Last of Us se hace fuerte a la hora de utilizar una impecable gamificación en base a la relación entre los dos protagonistas del juego. Sí, hay una pandemia, la humanidad prácticamente ha desaparecido y solo quedan los que están infectados y los que no… y estos últimos no tienen por qué ser los menos peligrosos. Bajo estas premisas, asumimos el rol de Joel, un arisco hombretón que está a un ápice de perder la fe en todo, confiando únicamente en su propia supervivencia. A su cargo está Ellie, una adolescente -controlada por la IA- que, por su juventud, no ha conocido el mundo más allá del estado devastado en el que se encuentra.
Ambos chocan en lo que a sus personalidades se refiere, no terminan de tragarse, pero deben cooperar si quieren sobrevivir. Es un tira y afloja constante, donde lo más normal será escuchar a la descarada Ellie recibiendo reprimendas por parte de Joel; pero en su evolución, aprenderán a funcionar como equipo, a trabajar al unísono para progresar… y todo ello mientras el jugador los va conociendo cada vez más, logrando una empatía única entre todos los elementos. Es de justicia hacer mención a la lograda combinación entre scripts e inteligencia artificial, haciendo de Ellie uno de los personajes más creíbles que se han podido ver en videojuego alguno.
Igualmente elogiable es el trabajo realizado con los entornos por donde nos movemos. Ciudades desoladas, hospitales, estaciones de metros infestadas a más no poder… Quizás a nivel técnico le falte el virtuosismo exhibido por Naughty Dog en los dos últimos Uncharted, algo que a veces se nota en algunas texturas que no están a la altura de las circunstancias, pero donde The Last of Us gana de calle es por el exquisito gusto por el detalle mostrado en todos y cada uno de los elementos del juego. Es un lujo pasearse por cualquiera de los escenarios, repletos de matices que los distancian del cartón-piedra tan propio de los decorados de videojuego, algo a lo que ayuda una iluminación sencillamente prodigiosa (y sutilmente mejorada para la ocasión).
Por su parte, los enemigos merecerían un artículo para ellos solos. Los más llamativos son los chasqueadores, seres con un avanzado estado de infección que han perdido completamente su visión que se guían con su afinado oído. El sonido que emiten da auténtica grima, y cuando los ves moverse el sentimiento no decae. Lo peor de todo es cuando se lanzan hacia nosotros; la puntería de Joel no es perfecta, con un punto de mira que se mueve más que las verdades de un político, y el enemigo aguantará a buen seguro más de un disparo. ¿Consecuencia? Si el chasqueador llega a ti… te mata. Y punto.
Antes dije que peores podían llegar a ser los humanos no infectados, y es en gran medida por su naturaleza violenta. La mayoría de ellos se han convertido en saqueadores sin escrúpulos, y no dudarán en tendernos emboscadas a base de palos, armas de fuego y, atención, una IA que da miedo. Estas situaciones son de cara a la jugabilidad un auténtico portento, transmitiendo una angustia abrumadora, un agobio que casa perfectamente con la altísima dificultad de The Last of Us. Salir ilesos dependerá de una buena combinación de sigilo, de jugar al despiste con propiedad, de saber propinar buenos palos y, por qué no, de tener la suerte de meter alguna de nuestras escasísimas balas entre ceja y ceja.
Y llega el respiro. Parece que las partes de acción terminan siendo el epicentro de la aventura, pero no. Al final, y siguiendo con el cúmulo se sensaciones que es capaz de levantar Naughty Dog con su obra, saborearemos más The Last of Us caminando entre estancias, analizando hasta el último polígono de cada escenario, abriendo puertas mientras se nos hace la vista a la oscuridad… siempre con el miedo de que un chasqueador se nos lance de cabeza y, con el rabillo del ojo, controlando que Ellie no se meta en ningún lío. Pura empatía software-jugador muy capaz de dejar lo de Bioshock Infinite a la altura del betún.
Si a todo este maravilloso conjunto le añades un multijugador que augura protagonizar muchas horas a través de PlayStation Network, Sony termina redondeando un título que sin discusión bien que se puede colocar entre los mejores videojuegos de todos los tiempos. Así, las quince horas del desesperado trayecto de Joel y Ellie hacia quién sabe dónde (a las cuales hay que sumarle el par de horas de la aquí incluida expansión Left Behind) se transforman en una oda hacia el buen hacer de unos desarrolladores que saben hacer mejor que nadie su trabajo en las consolas de Sony. The Last of Us sigue siendo una obra maravillosa, con una Naughty Dog capaz de hacer que sea el propio juego el que hable por sí mismo, lejos de entrar en absurdas batallas con el hardware de por medio. Y aún con todo, esta completísima remasterización para PS4 posee credenciales de sobra para justificar su valía como lanzamiento de nueva generación, gracias a una naturaleza que más allá de ese maravilloso binomio que son las sesenta imágenes por segundo a 1080p de resolución.