Resulta curioso que el primer juego de Mario que recibe la Switch no haya sido desarrollado por Nintendo, sino por los amigos franceses de Ubisoft, en un proyecto cuyo secretismo ha sido el peor guardado de la historia. Ya desde los inicios conceptuales de la máquina aparecían rumores que apuntaban al título. Tras un sentimiento de apatía y desidia generalizado, fue el mismísimo Miyamoto quien despertó en muchos el interés en propios y extraños, ya que dio la cara por el juego en mitad de la conferencia del E3 de Ubisoft, confirmando así su existencia y, claro está, el completo aval de los nipones hacia el proyecto.
Pero… ¿qué es esto de Mario+Rabbids? Porque, a mi parecer, esto de mezclar al universo Mario con los estúpidos conejos de Ubi pega lo mismo que ponerle a un santo dos pistolas… Y ya que estamos con pistolas, ¿qué hacen los “champinianos” con escopetas en la mano? Todo parece muy confuso hasta que lo pruebas y te das cuenta de que, en el más inesperado de los giros, el conjunto encaja a la perfección: la fórmula funciona, la jugabilidad es endiabladamente adictiva, y los malditos conejos no desentonan en el universo que han creado, en el que Mario, Peach y Luigi comparten protagonismo con las versiones “Rabbids” de ellos mismos.
¿Y por qué funciona tan bien? Quizás sea porque han optado por desmarcarse y crear un título muy diferente, sito en el género de la estrategia por turnos. Como en cualquiera de estos tácticos, los campos de batalla están divididos en cuadrículas, y cada personaje tiene un espacio en el que puede moverse y atacar. Sin embargo, lo que realmente vuelve muy loco al título es cómo se pueden encadenar secuencias de movimientos y ataques entre los distintos protagonistas, de forma que se pueden cubrir grandes porciones del mapeado mientras se utiliza una gran variedad de ataques especiales. Los personajes pueden saltar sobre sus compañeros, atravesar tuberías o utilizar conjuntamente sus habilidades, creando combinaciones que proporcionan grandes ventajas sobre los enemigos, siendo fundamental dominarlas para superar los niveles superiores. Lo mejor es que el propio diseño de las fases te anima a ir cambiándolas: en varios momentos pensaba que tenía una combinación de personajes y habilidades tan buena que parecía que había “roto” el juego, para encontrarme, un par de niveles más tarde, con una batalla que actúa como muro infranqueable y que te obliga a buscar otra combinación.
He aquí uno de los grandes aciertos del título: los árboles de habilidades de los personajes se pueden resetear en cualquier momento, dotando al jugador de una gran versatilidad para superar los obstáculos que se presentan en las batallas más exigentes. Una vez has entrado en esta dinámica de combinar personajes y sus habilidades, el juego despliega su enorme potencial adictivo, del que es difícil librarse. Esta amalgama de opciones estratégicas se presenta como un caramelito muy dulce y fácil de tragar, en un colorido overworld en el que se desarrolla la aventura. Los escenarios y las animaciones e interacciones entre los personajes son tan sobresalientes que perfectamente podrían formar parte de una película animada independiente. Mención especial merece la Rabbid Peach, estrella absoluta e inequívoca del título, que ha sido capaz de sacarme carcajadas, a pesar de mi absoluta animadversión por estos conejos-minions. Además del sobresaliente apartado técnico, las melodías que acompañan han sido compuestas con bastante esmero, siendo temas originales, con algunos arreglos que evocan con mucho acierto a momentos y personajes del universo Mario. Sin embargo, en ocasiones la música es demasiado blanda, y se echa de menos el estilo desenfadado y ‘jazzy´ al que nos tiene acostumbrado el maestro Kondo.
El mundo que han creado es precioso y está llenos de detalles, pero está formado por trayectos lineales y poco originales. En numerosas ocasiones, el escenario se vuelve una mera excusa para conectar las diferentes arenas de batalla, que te ves obligado a recorrer con cierta desidia para poder continuar con la partida. A pesar de que han creado un sistema de coleccionables que recoger para dar algún aliciente a estos paseos, suelen estar escondidos bajo puzles muy poco inspirados y bastante manidos, siempre basados en empujar bloques o activar interruptores. Sin duda, es la parte más débil del título, que a punto estuvo de hacerme abandonarlo durante las primeras horas, mientras las batallas aún no eras desafiantes y no suponía un reto superarlas.
La dificultad, para mi gusto, tarda bastante en escalar, siendo el último mundo el que verdaderamente presenta un reto ciertamente desafiante. Todos las batallas se pueden repetir para superarlas a la perfección: en un número determinado de turnos y sin que mueran los personajes. Existen, además, niveles adicionales que presentan mayores desafíos. Todo esto podría alargar la vida del título, si no fuera porque, cuando vuelves para completar todo lo que te faltaba, ya tienes un nivel de armas y habilidades tan avanzado que superas los desafíos sin pestañear, de un suspiro. Los modos adicionales de dos jugadores no consiguen alargan mucho la vida de un título que ya de por sí es corto.
Con todos sus inconvenientes, al ser tan divertido y adictivo, Mario+Rabbids Kingdom Battle no deja de ser un título recomendable para amantes de la estrategia por turnos o para neófitos que quieran introducirse en el género. Merece mucho la pena, aunque sea tan solo por lo original del planteamiento, por lo ingeniosos y divertidos que son los bosses… o por ver a la Rabbid Peach haciéndose selfies compulsivamente.