Corría el año 1988 cuando Konami se atrevió a lanzar en recreativa una versión de su exitoso Castlevania. Respondería en occidente al nombre de Haunted Castle ─Akumajō Dracula en Japón─, y era una placa gobernada por un hardware específico de Konami basado en el Z-80 (a unos 4 MHz), a la vez que el sonido, vía YM-3821, era controlado por otro Z-80 a 3.5 MHz (en líneas generales, algo muy similar al SCC que la compañía desarrolló para los MSX). Todos estos datos se traducen en un gigantesco arcade que combinaba a la perfección la acción del Castlevania original (al fin y al cabo es de los primeros de la serie, saliendo poco después del legendario Simon’s Quest) con el frenesí y la dificultad de las recreativas de la época.
La historia esta vez era un tanto diferente: el malévolo Conde Drácula ha raptado a Serena, la esposa de Simon Belmont, el añorado protagonista por excelencia de la vampiresca franquicia; justo cuando el matrimonio salía de la iglesia después de haberse casado… lo cual deja a un destrozado héroe deseoso de venganza (todo esto lo podemos ver en la breve pero impactante intro del juego). Así pues, como en todo buen Akumajō Dracula que se precie, nos lanzamos de lleno a la aventura combatiendo todo tipo de seres del averno con nuestro látigo de toda la vida.
Haunted Castle atesoraba cualidades para convertirse en todo un número uno, pero por determinados motivos fue una recreativa que pasó bastante desapercibida, llegando al punto de causar cierto rechazo. Sin duda alguna, una de las causas de peso fue la desmedida dificultad de la que hacía gala (sobre todo en la versión que vimos por estos lares), multiplicada por mil a causa de que únicamente disponíamos de una sola vida para acabar el juego, capaz de perderse de sopetón si calculábamos mal alguno de los numerosos saltos de fe.
Por suerte, el desarrollo del arcade era bastante templado, adecuando su metodología lúdica arcade al no menos clásico esquema ensayo-error al que tan acostumbrados estábamos los curtidos jugones españoles (Camelot Warriors, Profanation… ¡ahí es nada!). Memorizar los niveles era esencial para que nuestra barra de vida mermara lo menos posible, un sistema que los sucesivos Castlevania han ido heredando ─aunque de manera mucho más somera─ hasta la salida de Symphony of the Night.
Y si había algo que en su tiempo me marcó de esta recreativa fue su genial música. Gran parte de las melodías eran composiciones del todo originales que han pasado a clásicos de la serie («Blood Tears» se estrena por vez primera en la tercera fase de este juego), todas ellas plasmadas con la ayuda del chip de sonido SCC con una calidad fuera de toda duda. Para la época y el género, de lo mejorcito junto al mítico Rastan Saga. Aparte, los gráficos cumplían con creces, presentando unos sprites de gran tamaño que, aunque pecaban de ser un tanto rígidos y ortopédicos (quizás demasiado), mostraban el buen hacer de la compañía con todo lo que daba de sí el hardware donde nació el Contra original.
Gráfica y sonoramente impecable, pero jugablemente una pena debido a sus movimientos ortopédicos y su altísima dificultad. Es una pena porque me hubiese encantado que una recreativa tuviese la jugabilidad de los Castlevania de NES.
Mira que he intentado veces pasarme el juego porque me encanta la saga, pero, entre los movimientos del prota, y su desmedida dificultad… buffff siempre acabo desistiendo, una lástima.