Muchas eran las dudas que suscitaba Infinity Ward después de que Activision prescindiera de los servicios de Jason West y Vince Zampella. No solo por el hecho de que ya estaría en la franquicia el talento de los creadores de Call of Duty, sino porque gran parte del equipo siguió voluntariamente los pasos de sus antiguos jefes para incorporarse a Respawn Entertainment y desarrollar el controvertido Titanfall. Esta situación hizo que el lanzamiento de Call of Duty: Modern Warfare 3 estuviera rodeado de dudas, si bien es de justicia decir que, con el apoyo de Sledgehammer Games, terminó saliendo un título más que correcto. No obstante, perdió de manera flagrante la batalla con Battlefield 3, si bien se podría decir que, más que deméritos por parte de la renovada Infinity Ward, era por el buen hacer de una DICE más que dispuesta a tomar el relevo en esto de ser los reyes del first person shooter bélico.
Cabe decir que el desarrollo de la franquicia se ha industrializado más que nunca, funcionando a día de hoy como la maquinaria de un reloj. Dejando de lado el puntual apoyo de diversos estudios satélite (por ejemplo, en Call of Duty: Ghost Infinity Ward comparte tarea con Raven Software y Neversoft), el hecho es que Activision, obligada por los números a mantener el ritmo de una entrega al año, ha racionado de manera inteligente la delegación de responsabilidades de los diversos equipos, con la idea de que cada uno de ellos tenga más tiempo de desarrollo y, en consecuencia, cada entrega gane en calidad. Así, Infinity Ward firma este Infinite Warfare que empezara en 2014 justo tras terminar Call of Duty: Ghost; Sledgehammer Games (apoyados por Raven y High Moon Studios) se encargó un año después de Call of Duty: Advanced Warfare, y Treyarch el pasado 2015 abanderó la producción de Black Ops III. Y todo hay que decirlo, este tiempo extra se nota, no solo por el hecho de que los desarrollos para las plataformas actuales exigen muchos más recursos, sino que de por sí tanto Advanced Warfare como Black Ops III resultaron ser lanzamientos al más alto nivel.
Pero el título que hoy nos ocupa va un paso más allá. Y no solo avanzando hacia una ciencia ficción que salta de escenario y nos lleva incluso a unas batallas espaciales que serían más propias del universo Halo que de Call of Duty, sino proponiendo un desarrollo que huye de la linealidad (a partir de cierto momento podremos elegir el orden de las misiones) a la par que se lanza hacia una historia profunda y, por qué no decirlo, de lo más atrevida. En cierto modo, el paso de Infinite Warfare era el lógico después de las operetas con reminiscencias a Arthur C. Clarke o Philip K. Dick de Advanced Warfare y, sobre todo, Black Ops III. La alternativa era mirar hacia delante o hacer como DICE, retroceder hasta llegar a una guerra tan poco explorada en el género de los fps como es la Primera Guerra Mundial. Y lo sano es que cada casa ha tirado por su lado, generando así un par de opciones bien distintas y perfectamente compatibles en términos de compartir estantería y espacio en el disco duro.
Más allá del factor ambientación, el futuro dibujado por Taylor Kurosaki ─uno de los responsables de la escenografía de Uncharted 3─ nos mete de lleno en un entorno a caballo entre el universo Halo y «Starship Troopers», con marines, colonias fuera del planeta Tierra y una tiránica fuerza que deja muy claras sus intenciones desde los primeros compases de la campaña. El capitán Reyes, la teniente Salter y el genial E3N (atentos a todas y cada una de las intervenciones de este robot) se encargan de llevar una emocionante trama muy, pero que muy bien llevada. Y por supuesto, repleta de auténticos momentazos de acción que hacen méritos para situarse en lo más alto de la serie, con bastantes y espectaculares puntos en los que ─en el mejor de los sentidos─ parece alejarse de lo que entendemos por Call of Duty. Buenos alicientes para derrocar a un Salen Kotch (interpretado por el “frío” Kit Harrington) que hace méritos para ganarse un lugar entre los villanos más cabronías del mundo del videojuego.
Llegados a este punto, choca sobremanera esto que voy a decir: el punto fuerte de Infinite Warfare es su odisea para un jugador. Por primera vez en muchas entregas (y perdonando la ausencia del genial cooperativo de Black Ops III), el modo historia se antepone a un intuitivo multijugador que sigue rayando a una altura increíble, pero que para la ocasión se muestra consecuente con la jugabilidad de la campaña y conservador al respecto de sus más inmediatos predecesores. Es por ello que no hay que esperar cambios radicales a lo ya visto: sigue estando el doble salto, el útil amago de parkour en los compactos mapas y un ritmo de lo más veloz y dinámico. Y es una pena, porque el modo historia coloca sobre la mesa premisas que podrían haber sido sumamente interesantes en el multi, como la ausencia de gravedad o las batallas de naves espaciales… quizás para otra ocasión. Pero están los zombis, los incombustibles muertos vivientes que Treyarch metiera por primera vez en World at War, y aquí llegan con la misma base jugable de antaño y reformulando el concepto estético en lo que es un loco entorno repleto de secretos y malsano vicio.
Y hablando de lo estético, es de justicia decir que Infinite Warfare es un bonito espectáculo digno de la generación que lo disfruta. Ya no existen ataduras de tipo alguno con Xbox 360 o PlayStation 3, y la verdad es que se termina notando. No obstante, este Call of Duty sigue sustentándose bajo el viejo andamiaje del IW Engine (evolución de aquel id Tech 3 de Quake III Arena), y aunque las modificaciones desde que se estrenara en la franquicia han sido descomunales, padece si lo comparamos con la representación gráfica de, por poner un ejemplo reciente, Battlefield 1. Ojo, que sigue siendo asombroso por esa mezcla de buen arte, efectos especiales y, sobre todo, las agradecidas sesenta imágenes por segundo. Ahí, en conjunto, es donde sale a relucir las mejores maneras de una Infinity Ward que pone toda la carne en el asador para que todas y cada una de las escenas sean capaces de dejar la boca abierta al usuario, algo que se ve remarcado por las épicas partituras de Sarah Schachner y los siempre contundentes efectos de sonido.
Call of Duty: Infinite Warfare termina siendo una experiencia por la que merece la pena pasar. Es genial que podamos gozar de un modo historia tan potente, con cierta longevidad y una destacable carga emocional. A ello se le suma un multijugador con solera y en el que cualquier jugador sin experiencia que se ponga a los mandos podrá sentirse satisfecho sin que la frustración haga acto de aparición. Y los zombis, los maravillosos zombis, que vuelven para acaparar horas y horas ya sea en solitario (una locura más tensa que el pellejo de Dwayne Johnson) o acompañado por un puñado de amigos. En conjunto, Infinite Warfare es una de las ofertas más completas que podemos encontrar en un videojuego… Y eso sin hablar de la edición “Legacy”, con un Modern Warfare remasterizado que quita el sentido. En definitiva, esperemos que se haga justicia con tamaño juegazo.