Ya nos quedó claro con aquel breve y genial homenaje en Uncharted 4: teníamos muchas ganas de Crash Bandicoot. Nathan Drake cogía el mítico pad de la primera PlayStation y, con muy poca idea de lo que es un videojuego ─gran ironía─, se dejaba guiar por los consejos de Elena Fisher para manejar al loco marsupial creado por Naughty Dog. Acogiéndose al épico concepto del metajuego, este minuto y pico de revival fue el mejor ejercicio de marketing que ha podido tener el lanzamiento que ahora mismo nos ocupa.

Con los progenitores originales metidos en berenjenales más ambiciosos, el viejo Crash vuelve a la actualidad de la mano de una Vicarious Visions que ha sabido comprender a la perfección la esencia de los clásicos. Lo que nos llega con N.Sane Trilogy son los tres primeros Crash Bandicoot de principio a fin, comprendiendo entre todos estos juegos más de cien niveles de puñeterísimas plataformas. Y da gusto ver que el factor lúdico de estos títulos no ha variado un ápice en estas magníficas recreaciones, por mucho que el apartado gráfico haya sufrido un lavado de cara acorde con las máquinas actuales.

Y es que Crash Bandicoot, sus enemigos y los ya por entonces hermosos escenarios han sido fabricados con la tecnología actual de manera más que convincente. Vicarious Visions ha utilizado para la programación de los juegos el motor Unity, algo inusual ─salvo honrosas excepciones─ en lanzamientos de gran calado, y quizás por ello seremos víctimas de detalles como el no poder contar con un rendimiento a sesenta imágenes por segundo o un sistema de físicas susceptible de convertir los actuales Crash Bandicoot en juegos aún más difíciles que sus originales. No obstante, el resultado es rotundo, puesto que estas remasterizaciones se juegan de lujo y lucen mejor que bien.

El punto controvertido lo pueden encontrar los distintos tipos de usuarios que se acerquen a esta trilogía. Por supuestísimo, los más veteranos del lugar celebrarán el reencuentro, abrazando una metodología lúdica que les será familiar desde el primer salto. Sin embargo, a aquellos a los que les coja de nuevas un Crash Bandicoot se toparán de bruces con un plataformas que no hace ningún tipo de concesión. Luego, claro, nos encontramos con algunos pipiolos aferrados a los megáfonos de la prensa o de las redes sociales clamando ─en negativo─ aquello de que los Crash son algo así como Dark Souls pasados a las plataformas…

Este tipo de estúpidas conclusiones son las que me llevan a pensar que gran parte de aquella prensa del videojuego que ha adquirido cierta relevancia por jalear, más que los propios videojuegos, eso que llaman “el mensaje” y otros atributos pseudoacadémicos (que, curiosamente, chirrían cuando los auténticos académicos los contemplan), jamás ha mirado atrás. Ni les interesa. De darse esa circunstancia, sabrían que había una época en la que el concepto dificultad era la norma en esto del ocio electrónico; que un juego fácil era la auténtica rara avis, y que algo como Crash Bandicoot era lo habitual en una etapa en la que enfrentarse al “game over” no era otra cosa que un aliciente para ser mejor jugador.

Por esto mismo, olvidaos de zarandajas de los filibusteros del verso que tenemos actualmente en la prensa de los videojuegos y contemplad con alegría lo que depara el echar la vista atrás, hacia un pasado en el que la jugabilidad y el desafío iban de la mano. A este respecto, la trilogía Crash Bandicoot es un tesoro impagable.

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