Todos los que hemos sentido ese mágico cosquilleo viviendo el rol en esto de los videojuegos, rememoramos viejas aventuras como si verdaderamente hubiésemos portado nosotros mismos aquellas espadas y báculos de poder. Décadas atrás, este género (el RPG occidental, todo hay que decirlo) supo retratar como nadie aquello de sentarse en una mesa junto a nuestros amigos con una ficha de personaje delante. Dungeon Master, The Bard’s Tale, The Eye of the Beholder, Ishar… Sin embargo, a todos se nos cambia la cara ─en el mejor de los sentidos─ cuando sale a la palestra el nombre de Baldur’s Gate.

Obra de la hoy apreciadísima Bioware, Baldur’s Gate es todo un abanderado del RPG para los usuarios de PC, citándose constantemente como uno de los mejores videojuegos de todos los tiempos para ordenadores personales. Revolucionando en gran medida el clásico concepto de los juegos de rol para ordenador, esta producción de Interplay introdujo a través de una historia más que sólida todos los preceptos que hacían de la aventura una magnífica simulación de lo que sería una partida a Dungeon & Dragons, unida a ello una metodología lúdica apasionante y un apartado técnico muy capaz de hacer atemporal a una obra de 1998. Tanto es así que, lejos de considerarse una obra obsoleta, no son pocos los usuarios que siguen disfrutando de Baldur’s Gate hoy día; y no me refiero precisamente al remaster que recibió en 2012 de la mano de Overhaul Games.

Se llega al punto de que Baldur’s Gate, ya sea el original o su fiel remasterización, sigue ofreciendo en la actualidad lo que muchos juegos de rol suspiran por acariciar: emoción, intensidad, estrategia coherente, un reto a la altura de las circunstancias… son muchos factores que se muestran ausentes en una buena porción de lanzamientos que del género han visto la luz a lo largo de estos últimos años, salvándose trabajos de talla mayor como The Witcher 3 o Dragon Age Inquisition… no mucho más. Lo demás son paseos insulsos y descompensados que continuamente nos hacen mirar atrás añorando todo lo positivo de la saga Baldur’s Gate y sus parientes sustentados por el Infinity Engine: Icewind Dale y Planescape: Torment. Otros tiempos.

Con todo esto en mente, la gente de Obsidian Entertainment se puso manos a la obra para recuperar la esencia de estos grandísimos títulos. Para ello, utilizó la plataforma Kickstarter con el fin de comprobar si una obra de este empaque podría tener cabida en el mercado actual… y vaya si dio resultado el experimento. Obsidian pedía un mínimo de 1.100.000 dólares, y obtuvo casi 4 milloncejos gracias a la financiación colectiva. Y este mismo año, han repetido la jugada de cara a la realización de una secuela, superando de lejos esos cuatro millones de dólares. Claro está que el fan del género confía en estos desarrolladores, con nombres que ha firmado títulos clave como el mismísimo Baldur’s Gate, los también mentados Planescape: Torment, Icewind Dale, Neverwinter Nights 2, Star Wars Knights of the Old Republic II y, más recientemente, Fallout New Vegas o South Park: La vara de la verdad.

Como resultado, obtuvimos con Pillars of Eternity una más que madura obra de fantasía heroica. Obsidian ambienta esta historia en un Eora, un mundo de fantasía que responde a la mayoría de los cánones del género. Comenzamos la aventura formando parte de un convoy del que somos escolta, para ver cómo sufrimos una fatal emboscada en la que caen la práctica totalidad de nuestros compañeros. En medio de la masacre, tiene lugar un extraño fenómeno que conformará un punto de inflexión en la vida de nuestro personaje, que se convertirá en “el vigilante”. A partir de ahí, podremos contemplar las almas y rememorar las vivencias de los muertos… No sin un coste.

Así da comienzo un Pillars of Eternity que en esta Complete Edition que recibe Xbox One y PlayStation 4 aglutina las expansiones que salieron para PC: los dos capítulos de The White March. Y es interesante porque, por menos de 50 euros, los usuarios de consola se llevan un paquete que en Steam se vende por bastante más. Y para los más jóvenes del lugar que puedan ver en esta obra una producción de aspecto vetusto, decirles que la exhibición de narrativa y la tremebunda flexibilidad que ofrece como juego de rol está al más alto nivel. Es una experiencia extrema en todos los sentidos, muy enfocada a los puristas del género, y que exige por parte del usuario un alto compromiso en base a que tendrá mucho por leer, por gestionar y por discurrir.

Yo espero de corazón que mis palabras no echen para atrás al jugón dubitativo, al que de verdad tiene ganas de lanzarse de cabeza hacia una aventura épica pero teme que el maduro desmadre de Pillars of Eternity se le quede grande. A este respecto, diré que si bien es un juego con una clara orientación hacia el rolero más hardcore (con opciones de muerte permanente y todo), también se incluye una modalidad que, sin convertir el juego en un paseo, sí que lo hace muchísimo más asequible. De un modo u otro, seguimos ante un trabajo que no tarda en reafirmarse como una sincera carta de amor hacia un género, definiéndolo en su más pura esencia. Te deja jugar como quieras, te permite combatir a destajo o ser sigiloso, te pone en la tesitura de, al más puro estilo “Elije tu propia aventura”, tomar elecciones drásticas para ti y tus compañeros. Todo esto en lo que es una historia tan profunda como madura, repleta de ramificaciones y de sorpresas dignas de la mejor de las novelas de espada y brujería.

Súmale una maravillosa banda sonora (obra de Justin Bell) y un hermosísimo apartado visual con todo el encanto ─y detalle─ de esos maravillosos RPG de hace dos décadas, además del hecho de estar ante una estupenda traslación del concepto original hacia los pads de nuestras videoconsolas. Por el camino no se ha perdido un ápice de la ambición y de la complejidad que atesora un juego tan memorable como rejugable. Horas, horas y horas nos esperan en un juegazo al que eso de “imprescindible” se le queda corto.

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