Empezamos fuerte: Red Dead Redemption II es de las cosas más desmesuradas que te puedas encontrar en esta generación. De hecho, tiene muchas papeletas para convertirse en uno de los videojuegos más descomunales de la pequeña-gran historia del ocio electrónico. Que te pueda gustar más o menos ya es harina de otro costal; pero sus innumerables bondades son de tal calibre que, sinceramente, quedarías francamente mal si tratas de desmerecer el tremendo trabajo de Rockstar con esta joya.

Resulta de lo más interesante analizar la manera en la que Sam Houser y su equipo han abordado el desarrollo de la continuación del magistral Red Dead Redemption. Después de un buen puñado de años viviendo de las rentas de Grand Theft Auto V ─años en los que no han parado de cimentar su estructura online─, lo que se esperaba por parte de Rockstar era un videojuego que siguiera el mismo camino, que continuara la estela trazada por GTA de cara a atraer con facilidad a un público dispuesto a hacer el cabra. Sin embargo, y aún contando con que se comparten las premisas maestras del género sandbox, lo que tenemos con Red Dead Redemption II se aleja sobremanera del concepto de loca libertad que teníamos con Franklin, Michael y Trevor, al punto de crear lo que podríamos definir perfectamente como un tremendo juego de rol.

Y no se trata de que Arthur Morgan, el personaje protagonista, experimente la evolución de sus atributos y características durante la aventura. El quid del asunto reside en la perfección del entorno que le rodea, un orgánico escenario en el que la vida de propios y extraño es imposiblemente veraz. Más allá del lucimiento visual que supone en lo técnico el no amarrarse a lo que era una generación atrás (recordemos que GTA V es ante todo un juego de Xbox 360 y PlayStation 3), el eje central del abrumador ecosistema de Red Dead Redemption II es la extralimitada atención por los detalles. De hecho, y tomen ustedes buena nota, el último ejercicio de Rockstar establece a este respecto un antes y un después de una contundencia sin igual.

En relación a esto, lo que aplaudo a rabiar es que, lejos de convertirse lo anteriormente dicho en una demostración de músculo tecnológico ─que lo es, vaya si lo es─, se conforma como una pieza más de un todo que rebosa magnificencia. El guión, el elenco de personajes, el gigantesco e increíblemente detallado mapa, el manejo del protagonista, las escenas de acción, el factor roleo, la variedad de situaciones, la salvaje banda sonora, el cuidadísimo doblaje (al inglés, eso sí) marca de la casa… No hay nada que no rezume perfección, que no te sitúe de forma ejemplar en el marco de circunstancia propuesto por Rockstar: un lejano oeste más creíble que el de las películas de Sergio Leone.

Hay algo que, promovido por tal hegemonía de factores, surge desde el jugador hacia lo que es la experiencia de juego. Y es que, aún teniendo un alucinante escenario absolutamente pletórico que invita tanto a la exploración como a la experimentación, Red Dead Redemption II invita a ser coherente con el rol de Arthur Morgan y con el mundo que le rodea. Llegarás a un pueblo y te comportarás debidamente, verás animales y no querrás molestarlos, te las verás en situaciones extremas y te costará usar tu pistola. El desarrollo, que no coarta tu libertad de acción lo más mínimo, te imbuye de humanidad, y no desearás meter la pata ante ese “todo” tan bien construido.

Una contribución de peso a esto es el guión. Una trama densa que se toma su tiempo para ser desarrollada, que no da concesiones al usuario con tal de que la narración no ceda ante los caprichos de los impacientes; permitiéndose el lujo de aparcar unas mecánicas casi excesivas con el verdadero fin de plasmar en su más pura esencia el ocaso del salvaje oeste de la América de 1899. De ahí que los compases iniciales puedan convertirse en una introducción incómoda, quizás hasta tediosa. No se regalan alicientes, menos aún en un escenario áspero que oculta con valentía la verdadera belleza de Red Dead Redemption II. Es, todo hay que decirlo, la antítesis a lo que por norma se suele hacer en todos los videojuegos. Porque esta obra es, ante todo, una gran película que nos permite el inconmensurable honor de ser los protagonistas.

Después de todo lo dicho, es lícito que no te guste este Red Dead Redemption II. Y con toda la lógica del mundo, es factible que, en este tramo final de 2018, seguir cantando baladas acerca de las virtudes del precioso Breath of the Wild. No obstante, resulta tremendamente divertido que existan personas que se vean en la necesidad de hacerlo público, de coger un altavoz ─»eh, no es tan bueno»─ y mirar por encima del hombro a los que están alucinando con la joya más reluciente de Rockstar. No, amigo… no eres especial por ello. Red Dead Redemption II sí es especial.

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