De Blasphemous se pueden decir muchas cosas. Por ejemplo, que su campaña de crowfunding en Kickstarter se consiguió financiar en menos de 24 horas, llegando a más de trescientos mil dólares de los cincuenta mil que pedían. O que han conseguido retorcer de una manera alucinante los íconos más significativos del folclore sevillano; plasmando lugares, tradiciones y matices culturales de la capital andaluza con un estilo sin igual. O que la banda sonora del gran Carlos Viola es capaz de poner los pelos como escarpias en el mejor de los sentidos. No obstante, lo mejor será comenzar con una sentencia: Blasphemous es un juego fascinante.

Cabe decir que sus desarrolladores, The Game Kitchen, ya tienen a sus espaldas un éxito que en su momento fue reseñado por la vieja Metodologic: The Last Door. Se trataba de una aventura gráfica muy de la vieja escuela, con gráficos pixel-art y una ambientación al más puro estilo Lovecraft. Quizás por eso sorprendió el radical giro de temática cuando presentaron por vez primera el título que ahora nos ocupa, que si bien continua apostando por el 2D y los bitmap de toda la vida, abandonaba las calmadas mecánicas del point & click en pos de aferrarse a un concepto a lo Metroid en el que no faltarían crudísimos combates. Después de lo que era toda una carta de amor al género popularizado por LucasArts y Sierra On-Line, ¿serían capaces de solventar con holgura el desafío que suponía cambiar hacia unas mecánicas tan opuestas?

Lo cierto y verdad es que en The Game Kitchen hay verdaderos fans de los juegos clásicos. Y esto se nota no solo en el apartado visual, con escenarios cuyo pixel-art rivaliza de una vez por todas con los maravillosos fondos de los juegos de lucha de Neo Geo. Se percibe en lo que transmite Blasphemous con el pad en la mano, gracias a una respuesta tan ágil como intuitiva, a una definición de escenarios a nivel de juego que bien podría rivalizar con la mejor Konami de los tiempos de Symphony of the Night, a un combate tan contundente como divertido. Y es lo maravilloso de este juego, que además de ser toda una proeza en lo artístico, está diseñado con espíritu, sin ningún atisbo de aquello de “salir del paso” que a veces definen a los desarrollos que se tornan perezosos. Y es que en Blasphemous hasta la última línea de código parece mimada con tesón.

Siendo concisos y, por qué no decirlo, poco justos, se podría decir que el juego de The Game Kitchen es un “metroidvania” que se une a los todavía fresquitos ─y excelentes─ Bloodstained, Hollow Knight, The Mummy Demastered, The Messenger y Guacamelee 2. Pero lo cierto y verdad es que Blasphemous, a pesar de acogerse a las consabidas mecánicas de este particular género, lucha por no ser un ejemplar más, y vence en el sentido de que logra destacar por encima de la media buscando un reflejo diferenciador que, en primera instancia, casa poco con esta metodología lúdica. Este espejo lo encuentra, con buenos frutos, en la obra de From Software, especialmente en Dark Souls y Bloodborne.

Sí, a mí también me matan estas recurridísimas comparaciones de garrafón, eso de que todo hoy día tiene un punto de Souls y tal y cual. Lo que ocurre es que en esta ocasión es cierto, y no porque sus desarrolladores así lo sentencien, sino porque se siente de pleno cuando se juega. Desde el primer enemigo, ya percibiremos que el viaje va a ser duro, que tenemos que tomarnos en serio hasta la más insignificante de las confrontaciones. Nuestro personaje, además de repartir lo suyo con la espada Mea Culpa, puede hacer un dash para esquivar y realizar un breve bloqueo para generar parry. Con el progreso se añadirán nuevas habilidades, pero las acciones básicas para afrontar a los enemigos son estas, y exigen precisión, conocimiento de los rivales y ciertas dosis de estrategia y habilidad para no liarla parda con varios contendientes a la vez en la pantalla.

Y es que son duros, con muy mala leche, desatando amargura sobre las carnes de nuestro penitente. La variedad de estos es tremenda, tanto en diseño como en características de ataque, y además están dispuestos de tal manera que huye inmediatamente de la monotonía, siendo fácil que en un mismo escenario nos topemos con dos, tres o cuatro variantes de enemigos. Esto aporta al dinamismo un importante plus, debiendo cambiar constantemente nuestra técnica. Por esto y por lo mencionado en el anterior párrafo, cada progreso en Blasphemous, tal y como ocurre con la obra de From, se celebra por todo lo alto, y lo mejor de todo: cada vez que caigamos, cada vez que nos maten, sentiremos que es culpa nuestra, y no del juego.

Debo añadir lo orgánico de todo el conjunto jugable, atado en corto a la historia sin que en ningún momento se resienta o vea forzadas sus mecánicas a la narrativa. Muy al contrario, se nota que ambos aspectos han sido realizados al unísono, con la trama siempre en mente pero con la alta premisa de no cercenar el factor diversión. Por eso tenemos una curva de aprendizaje natural, así como la evolución del protagonista. Eso sí, la tensión es constante, y sabemos que cualquier error puede llevarnos a una muerte que, ojo al dato, se torna especialmente dolorosa si somos conscientes de que el último checkpoint queda lejos.

A la tensión (y a una oscura sensación de mal rollo) contribuye el impecable apartado visual del programa. Ya con The Last Door nos habíamos dado cuenta de que The Game Kitchen tenía en la dirección artística uno de sus puntos fuertes, pero es que con Blasphemous han dado el do de pecho. Como se ha dicho antes, se ha tomado como referencia absoluta para la ambientación un marco de circunstancia tan especial como es el del folclore sevillano, con especial énfasis en todo lo relacionado con la cultura cristiana de la que se empapa la capital de Andalucía. Se han cogido elementos icónicos de este patrimonio y lo han retorcido hasta lo impensable. Ver en el mundo de Cvstodia entornos como el Puente de Triana o el Arco de la Macarena corrompidos por un pixel-art sazonado por eso que llamamos “el milagro” es algo impagable.

Y los enemigos, tocados por la mágica varita de un pixel-art prodigioso para el que no escatiman frames de animación, y en conjunción con un envoltorio que respeta con total fidelidad la resolución global. Al final tenemos un plantel gráfico con un empaque revolucionario, tan sombrío como atractivo, del que queremos saber más, más y más. Un servidor, sevillano de pura cepa, se queda embobado y casi perturbado ante las recreaciones de los bosses del juego, los cuales rescatan leyendas y santidades que, aparte de exigirnos lo mejor de nosotros con el pad, elevan el videojuego a la categoría de arte.

Como también lo hace la banda sonora de Carlos Viola, un talento si igual capaz de componer unas partituras tan bellas como inusuales. Como ocurre con el grafismo, lo musical suena a retorcido, a corrompido, a triste decadencia. Te llega al corazón de mil maneras, y con relaciones acústicas que denotan un más que profundo estudio de lo que quiere reflejar Blasphemous. Es asombroso percibir un piano con toques rocieros que por sí solos llegan a tener empatía, absorbiendo el dolor del escenario y trascendiendo en emoción a las propias referencias de las que se toman los acordes. No es de extrañar, a sabiendas de que Viola es capaz de investigar y construir él mismo instrumentos extraños que le den justamente lo que busca.

Prepárate para vértelas con el Guardián del Lamento Mudo, con Nuestra Señora de la Faz Denegrida, con Crisanta de la Agonía Vendada, con las Tres Angustias. Vas a sufrir con Blasphemous, y vas a disfrutar como pocas veces lo habrás hecho antes con un título de esta índole. Porque, al fin y al cabo, estamos ante un indie único que es tan bueno que casi peca de indecencia por ello. No solo se preocupa por ser una obra cuyo talante artístico sea su único baluarte, sino que lo da todo por convertirse en un videojuego de los pies a la cabeza en lo que a entretenimiento se refiere. Un trabajo excelso que bien merece la penitencia de nuestro bolsillo.

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