En ocasiones surge de la nada una obra de esas que en apariencia son pequeñitas… y que, inesperadamente, te llegan al corazón. Y ojo, cuando decimos pequeñitas, nos estamos refiriendo a lo que sobre el papel es un juego pequeño, concebido desde esa humildad absolutamente alejada de los tremendos números de los títulos que solemos ver en las estanterías. Porque así es la creación de Paul Helman y Sean Scapelhorn, dos talentos que han formado equipo para conformar lo que a priori es un clásico juego de plataformas y que, yendo más allá de su básico planteamiento jugable, cuenta una maravillosa historia sobre el autodescubrimiento, aderezando el conjunto con multitud de referencias nostálgicas a la cultura pop.
Cabe citar que, detrás de su apariencia cien por cien pixel-art y sus tonadillas chiptune, se encuentra un título en el que prevalece sobre todo la narrativa. Al fin y al cabo, Horace nos cuenta la historia de su protagonista, un robot creado con un propósito determinado y que irá creciendo a nivel mental y emocional a medida que la trama progrese. Por el camino conocerá gente con la que establecerá un vínculo familiar, así como otras tantas personas con intenciones aviesas. Todo esto se nos irá contando con escenas que por lo general sirven de preámbulo para las secciones de “acción”, regidas en su mayoría por un plataformeo de estilo clásico, amén de toda una serie de minijuegos (que sirven de homenaje a auténticos mitos del ocio electrónico) perfectamente hilados con la narrativa.
Le cuesta lo suyo arrancar, pero la historia de Horace terminará encandilando a propios y extraños; porque alberga muchísimo encanto, con un protagonista que veremos crecer y al que rápidamente le cogeremos cariño. Pero detrás de todo lo mencionado se encuentra un más que formidable homenaje a la pequeña-gran historia de los videojuegos, con un acento especial en la edad de oro del desarrollo de software británico. De hecho, a los más viejos del lugar probablemente les ocurrirá lo que a mí, que relacionarán este título con los clásicos de los ordenadores de 8 bits Hungry Horace, Horace and the Spiders y Horace Goes Skiing (y aquel Horace in the Mystic Woods que salió en 1995 para los ordenadores de bolsillo Psion 3-Series). Hasta la caída de ojos del Horace moderno rememora los ojazos del viejo y monocromo sprite de Psion.
Es de justicia decir que todas referencias funcionan maravillosamente a nivel de gameplay. Participar en los simpáticos remedos de mitos como Arkanoid, Out Run, Track & Field, Pac-Man, Space Invaders (e incluso de cosas más “modernas” tipo Guitar Hero) es tremendamente satisfactorio no solo por el ejercicio de nostalgia, sino porque resultan muy divertidos. De todas maneras, el factor jugable que ejerce como eje central de Horace es el que de verdad tiene todos los méritos como para destacar sobre todo el conjunto. En los primeros compases de la aventura se nos hace ver lo que a priori parece ser un sencillo juego de plataformas, pero con las mecánicas avanzadas ya implementadas y aprendidas por el usuario, nos topamos de bruces con un desarrollo que hereda ciertas premisas del concepto “metroidvania” para adaptarlo a una metodología lúdica que se hace única gracias a la capacidad de nuestro personaje a la hora de poder adherirse al techos y paredes cuando entra en contacto con estas superficies.
De forma parecida ─que no igual─ a lo que hiciera Terry Cavanagh con su despiadado VVVVV, Horace redefine la clásica jugabilidad de los juegos de plataformas haciendo que, con la mecánica antes mencionada, el factor estrategia/puzzle entre en liza, debiendo pensar muy bien cada movimiento a la par que lo combinamos con nuestra pericia con los saltos. Así pues, esta propuesta base, combinada con un ingente puñado de minijuegos la mar de sabrosos y con una historia tan buena como bien contada, convierten la obra de Helman y Scapelhorn en uno de los lanzamientos indie más potentes de estos últimos meses. De hecho, estoy seguro que una vez lo comencéis, no podréis parar hasta acabarlo, siendo cada minuto disfrutable a más no poder.
¿Tiene algo malo este Horace? A mi parecer, creo que el uso que se hace del pixel-art es un tanto arbitrario. O sea, el juego está diseñado con un arte exquisito, con un diseño de personajes y escenarios al más alto nivel. Pero cuando se nos va contando la historia, se tiende a usar en demasía unos primerísimos planos que cuadriculan en exceso los sprites, dando lugar a un espectáculo que no ha quedado demasiado fino. Además, se mezclan objetos de distinta resolución que los puristas no terminarán de ver con buenos ojos… Pero lo dicho, es una opinión ante lo que sin duda es una decisión artística que puede gustar o no. Por lo demás, Horace es un juego precioso, con unos gráficos sensacionales y un apartado sonoro que roza lo sublime.
Quince eurillos cuesta y unas quince horas de juego depara la aventura de Horace. Y como no podría ser de otra manera, lo recomiendo con fervor. Desde luego que esta joya merece hacer ruido, tiene que darse a conocer. El público lo agradecerá, y más aún si sus autores nos obsequian en un futuro con trabajos como este. Bien que puede ser el juego del verano este Horace.